dijous, 23 de juny del 2011

VII



Estuve mirando viejas fotografías de la fallecida Assumpció hasta que me sorprendió el Sol filtrándose tímidamente por las ventanas. Cerré el viejo álbum de fotos y lo coloqué en una estantería donde había una colección de otros tantos, más antiguos todavía. Con el álbum empujé algo que había escondido tras libros y revistas y que cayó al otro lado de la estantería, una especie de caja de chapa, como la de las galletas de mantequilla donde suelen guardarse, una vez se acaban, agujas y alfileres. Empujé la estantería hacia delante y asomé la cabeza entre ésta y la pared. En el suelo había una caja de chapa cuadrada medio oxidada, de color ocre. Alargué el brazo y la cogí. La puse sobre la mesa del comedor, sobre la que había una fina capa de cenizas y la abrí. Dentro había decenas de tarjetas de Swallen Trown con el fondo negro, igual que la del ramo de girasoles. Las saqué todas y las miré con detenimiento. Eran todas exactamente iguales en tamaño, forma y color, ni una sola diferencia. La única excepción era una tarjeta, que estaba ya algo desgastada y que parecía ser más antigua, de fondo blanco, igual que la que recibí yo dos años atrás. Metí de nuevo las tarjetas en la caja de metal y entonces vi a mi padre, observándome desde el rellano. Le sonreí, me devolvió la sonrisa y entró, observando las cenizas de la chimenea.
—Tu madre me ha contado esa historia tan retorcida que le explicaste anoche, al llegar del hospital —le miré, me hablaba serio mientras con una barra de acero removía las cenizas—. Ella no te cree, pero yo sí te creo —le miré atónito, pensando que me estaría tomando el pelo. Estaba serio y se le veía triste. Sacó del bolsillo de su abrigo un sobre donde había escrito mi nombre y me lo tendió—. La noche en la que te hallamos aquí inconsciente vino Assumpció horas antes preguntando por ti, se la veía asustada y nerviosa, quería hablar contigo cuanto antes. Tu madre y yo no la dejamos pasar, tú dormías y ella estaba haciendo la cena. Desde que perdió a su hija todos los vecinos del edificio creen que perdió la cabeza, que se volvió loca, incluso tu madre llegó a pensarlo, por eso se desinteresó y se metió en la cama. Me miró a los ojos y pude leer el miedo en sus pupilas. Le supliqué que se marchara, que si necesitaba hablar contigo viniera mañana. Ella me dijo que no le quedaba tiempo, y entonces me dio este mismo sobre que yo te he dado. Me dijo que no lo leyera.
—Pero tú lo has leído.
—Así es, por eso es por lo que te creo —podía leer sinceridad en el rostro de mi padre, sinceridad y preocupación por todo lo que se avecinaba—. Ten mucho cuidado, Jordi. Aléjate todo cuanto puedas de Swallen Trown.
—Él me seguirá de cerca por mucho que yo corra —mi padre suspiró y me puso una mano sobre el hombro.
—Lo sé…
Me abrazó con fuerza, temiendo que esa mañana fuera la última de su vida, y se marchó a trabajar.

Pasaban las ocho de la mañana cuando cogí el funicular del Tibidabo. La nieve de la gran nevada que tanto nos sorprendió ya se había fundido y se preveía un día soleado, aunque bastante frío. Cuando llegué a la cima de la montaña del Tibidabo, a los pies de la iglesia del Sagrado Corazón, me acerqué al mirador para sentarme con los pies colgando sobre la ciudad que comenzaba a activarse ya a las nueve de la mañana.
Me saqué la carta del bolsillo del abrigo de paño y comencé a leer.

Hola Jordi. Supongo te parecerá extraño todo lo que te voy a contar de golpe. Quise habértelo explicado hace años, desde que me di cuenta de que Swallen Trown iba también tras de ti, pero fueron pasando los años y yo seguía esperando a que crecieras un poco más para podértelo explicar. Ahora el tiempo se ha acabado, no sabía que corría en una carrera contrarreloj hasta que comencé a recibir las tarjetas negras. Esta noche he recibido una, y temo que será la última, así que he decidido acabar con todo recuerdo que tenga sobre él.
Conocí a Swallen Trown en abril de 1958. Yo tenía diecinueve años, como tú, y acababa de prometerme con Josep Antoni. Una tarde estaba en el Park Güell, esperándole en el bosque de columnas, cuando una silueta me llamó la atención en el otro extremo del patio. Era un hombre extraño, más por su atuendo que por otra cosa. Vestía una toga con capucha que le cubría todo el cuerpo. Me miraba y bajo su nariz se adivinaba una sonrisa felina, enseñando sus colmillos, los más blancos que jamás en la vida he visto. Su mirada y sonrisa me intimidaban, y con disimulo fui alejándome. Estábamos los dos solos, en esa época eran pocos los que se aventuraban a adentrarse al Park Güell debido a cuentos de fantasmas y maldiciones, lo que lo convertía en un sitio ideal para encuentros de parejas. Cuando volví a dirigir la mirada hacia aquel extraño individuo ya no estaba, y yo me relajé, pero entonces oí su voz a mi espalda.
—Hola, señorita Assumpció —me giré y me lo encontré de frente. Sus ojos negros como el rincón más oscuro del universo miraban fijamente los míos. Era de tez pálida como la cal y fría como el mármol—. Siento haberla asustado.
—¿Quién es usted? —dije asustada y dando un paso atrás.
—Disculpe, no me he presentado —me contestó mientras se retiraba la capucha. Tenía el pelo tan oscuro como sus ojos y peinado hacia atrás. Así, con la cabeza descubierta, me parecía una persona realmente hermosa, lo que me ayudó a relajarme—. Me llamo Swallen Trown, mucho gusto —me cogió la mano y me besó en el dorso. El contacto de sus labios helados como el mármol me erizó el vello de todo el cuerpo y me excitó levemente. Luego me miró a los ojos y me sonrió, enamorándome perdidamente en aquel mismo instante.
Durante cerca de tres años, aún habiéndome casado, continué viéndome a escondidas con aquel extraño y hermoso hombre, tan diferente a como es ahora. En cuanto me dieron la noticia de mi embarazo decidí cortar la relación con Swallen Trown. No te asustes, Jordi, Nuria era hija de Josep Antoni, no llegué a yacer con Swallen. Según me dijo, estaba maldito de por vida, pero a mí me pareció que le daban miedo las mujeres por lo tenso que se ponía cada vez que le besaba.
Cuando le di la noticia sus ojos se tornaron más oscuros todavía, misteriosos, y sus rostros se llenó de ira. El día en que di a luz a Nuria, en 1962, recibí un ramo de girasoles secos con una tarjeta igual que la que me entregó el día que se presentó, pero la nueva tenía el fondo negro en lugar de blanco. Lo que no sabía es que con esa tarjeta me presentaba también mi sentencia de muerte. No le di mucha importancia, hasta que recibí una el mismo día en que misteriosamente murió mi marido tras haber sido demolido el edificio donde estaban las oficinas de comunicación donde trabajaba. Ese día recibí una tarjeta igual que la del día que nació Nuria, y entonces deduje que ya había comenzado a morir en cuanto mi hija salió de mis entrañas.
El 24 de Agosto de 1974, recibí ocho tarjetas negras y ya supe que mis padres y hermanos iban a morir. Cogieron ese día un avión en Barcelona con destino Roma, pero el avión nunca llegó a su destino. Nunca se llegó a conocer el motivo por el que se estrelló en las aguas del mediterráneo.
Cada dos años, ocurría algún accidente que acababa con la vida de todos cuantos me rodeaban, ya fueran amigos o familiares. Para cuando quise romper la relación con todos mis seres queridos ya era demasiado tarde, pues en 1992 murieron los únicos amigos que me quedaban cuando su coche se precipitó al vacío en la carretera que va de Roses a Cadaqués. Ese día ya pude contar dieciocho tarjetas negras, pero sabía todavía me faltaban dos más por recibir.
Tras la muerte de mis dos últimos amigos quise romper mi relación con Nuria para así intentar librarle de una muerte segura, pero no Swallen Trown supo lo que pretendía, y que por mucho que se distancien una madre y una hija siguen amándose.
El 15 de Octubre de 1994 un incendio acabó con el colegio San Gabriel de Barcelona y la vida de mi hija, Nuria, y Francesc, de seis años. Se rindió un homenaje en una plaza no muy lejos del colegio, y fue allí cuando te vi por primera vez. Algo en ti me llamó la atención, supe que no eras un niño corriente, que eras especial y diferente a los demás niños. Pronto me di cuenta de qué te hacía destacar, y fue cuando vi a Swallen Trown a pocos metros de ti, observándote sin parpadear. Habían pasado más de treinta años y no había cambiado en nada, de modo que si me cabía alguna duda de que podía tratarse del Diablo, se desvaneció por completo. Alzó la mirada de tu nuca y me miró, se me heló la sangre al ver de nuevo esos ojos color azabache mirándome, y me desmayé en cuanto me sonrió.

Desde ese día he ido siguiendo tu rastro y el de los que te rodean. Por el momento ellos están bien, y lo seguirán estando a menos que pongas en tu contra a Swallen Trown.
Ten mucho cuidado, Jordi. Espero que la historia de mi vida te haga pensar y meditar sobre tu relación con él. Piensa en ti, Jordi, pero también piensa en la gente que quieres; piensa en tus padres, en tu abuela, en tu hermana… piensa en tu novia.
Yo me despido ya, por última vez si lees esta carta.
Sé astuto, Jordi, solo así podrás vencerle.

Assumpció Esteve de Grau.

Acabé de leer la carta con lágrimas en los ojos y sabiendo que, desde alguna parte de la ciudad, Swallen Trown estaba mirándome ahora, como me había mirado desde aquella primera vez en el banco del colegio San Gabriel.

1 comentari:

  1. OKLAHOMA & TEXAS are MARKED?
    We TOLD ya, and we TOLD ya and we TOLD ya..
    On IRONICUS MAXIMUS BLOG!
    You got GREYHOUNDS - PENN VALLEY?

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